JESÚS
MARTÍN-BARBERO*
TRANSFORMACIONES
COMUNICATIVAS
COMUNICATIVAS
Y
TECNOLÓGICAS DE LO PÚBLICO
1. Esfera pública y comunicación
Desde su inicio en el
siglo XVIII la “esfera pública burguesa”, definida por J. Habermas como publicidad – “mediante la cual el
interés público de la esfera privada en la sociedad burguesa deja de ser
percibido de manera exclusiva por la autoridad y comienza a ser tomado en
consideración como algo propio por los súbditos mismos”– remite al proceso de comunicación en el que toma forma el doble
tráfico de las mercancías y las noticias. Lo que emerge en la “esfera pública”
es un nuevo modo de asociación no
vertical, como el que se forma desde el Estado, y del que hacen parte
originariamente sólo los que tienen instrucción
y propiedad.
Un siglo después la
esfera pública es redefinida por la aparición de las masas urbanas en la escena
social, cuya visibilidad remite a la transformación de la política que de un
asunto de Estado pasa a convertirse en “esfera de la comunidad, la esfera de
los asuntos generales del pueblo”. De otro lado, la visibilidad política de las
masas va a responder también a la formación de una cultura-popular-de-masa: los dispositivos de la massmediación
articulan los movimientos de lo público a las tecnologías de la fábrica y del
periódico, al tiempo que la aparición de la rotativa, ampliando el número de
ejemplares impresos, abarata los costos y reorienta la prensa hacia el “gran
público”.
La publicidad, en el sentido habermasiano, va a conectar entonces dos
discursos. Primero, el de la prensa que ensambla lo privado en lo público a
través del debate entre las ideologías y la lucha por la hegemonía cultural; y
segundo, el de la propaganda comercial que transviste de interés público las
intenciones y los intereses privados. A caballo entre ambos discursos se
produce el desdoblamiento que lleva de lo
público al público que conforman
los lectores, los espectadores y los consumidores de cultura.
La otra figura
comunicacional de lo público es la de la opinión
pública. Esta es entendida en principio como la acción que se oponía a la
práctica del secreto, propia del
Estado absolutista, y el principio de la crítica como derecho del público a
debatir las decisiones políticas, esto es el “debate ciudadano” como espacio de
articulación entre la sociedad civil y la sociedad política, entre conflicto y
consenso. Pero en una sociedad descentrada
como la actual –que ni el Estado
ni la Iglesia pueden ya vertebrar– y estructuralmente
mediada por la presencia de un entorno tecnológico productor de un flujo
incesante de discursos e imágenes lo
público es cada día más identificado con lo escenificado en los medios, y el público con sus audiencias. La
opinión pública que los medios fabrican con sus sondeos y encuestas tiene así
cada vez menos de debate y de crítica ciudadanos y más de simulacro: sondeada, la sociedad civil pierde su
heterogeneidad y su espesor conflictivo para reducirse a una existencia
estadística. Y el vacío social de la representación facilitará la asimilación
del discurso político al modelo de comunicación hegemónico, esto es, el que
proponen la televisión y la publicidad.
2. Transformaciones de la sociabilidad
Las nuevas tecnologías de
la información y la comunicación están reconfigurando los “modos de estar
juntos” desde las transformaciones de nuestra percepción del espacio y del
tiempo. Del ‘espacio’, profundizando el desanclaje
que produce la modernidad por relación al lugar,
desterritorialización de los mapas mentales y de las formas de percibir lo
próximo y lo lejano. Paradójicamente esa nueva espacialidad no emerge del
recorrido viajero que me saca de mi pequeño mundo sino de su revés, de la experiencia doméstica convertida por la
televisión y el computador en ese territorio virtual al que, como de manera
expresiva ha dicho Virilio “todo llega sin que haya que partir”. En lo que
respecta al ‘tiempo’, estamos ante unos medios dedicados a fabricar presente,
un presente autista, que pretende bastarse a sí mismo. Lo
que sólo puede producirse mediante el debilitamiento
del pasado, de la conciencia histórica. Al referirse al pasado, a la
historia los medios masivos lo hacen casi siempre en forma descontextualizada,
reduciendo el pasado a una cita, y a una cita que en la mayoría de los casos no
es más que un adorno con el cual colorear el presente siguiendo ‘las modas de
la nostalgia’. El pasado deja de hacer parte
de la memoria convirtiéndose en ingrediente del pastiche que nos permite mezclar los hechos, las sensibilidades y
estilos de cualquier época, sin la menor articulación con los contextos y
movimientos de fondo de esa época. Y un pasado así no puede iluminar el
presente, ni relativizarlo, ya que no nos permite tomar distancia de la
inmediatez que estamos viviendo, contribuyendo así a hundirnos en un presente sin fondo, sin piso, y sin horizonte. La
obsesión de presente implica a su vez una flagrante ausencia de futuro. Catalizando la sensación de “estar de vuelta”
de las grandes utopías los medios se han constituido en un dispositivo
fundamental de instalación en un presente
continuo, en “una secuencia de acontecimientos que, como afirma Norbert
Lechner, no alcanza a cristalizar en duración, y sin la cual ninguna
experiencia logra crearse, más allá de la retórica del momento, un horizonte de
futuro”. Y así se nos hace imposible construir proyectos: ”Hay proyecciones
pero no proyectos”, algunos individuos se proyectan pero las colectividades no
tienen dónde asir los proyectos. Y sin un mínimo horizonte de futuro no hay
posibilidad de pensar cambios, con lo que la sociedad patina sobre una
sensación de sin-salida.
Aceleradamente desanclado
de los referentes espaciales y temporales de pertenencia el lazo social se
atomiza y desencanta debilitándose su estabilidad, su capacidad de aglutinación
y convocatoria a participar en proyectos colectivos. Inestabilidad que viene a
reforzar la nueva matriz técnico-informacional del orden urbano:
la verdadera preocupación de los urbanistas hoy no es que los ciudadanos se
encuentren sino que circulen, porque ya no se nos quiere reunidos sino conectados. Es en ese nuevo espacio comunicacional, tejido ya no de
encuentros y muchedumbres sino de flujos
y redes, en el que emergen unos nuevos “modos de estar juntos” y otros
dispositivos de percepción, que aparecen mediados por la televisión, después
por el computador y en poco tiempo más por la imbricación entre televisión e
informática, en una acelerada alianza entre velocidades audiovisuales e
informacionales. Mientras el cine catalizaba la “experiencia de
la multitud” en la calle, pues era en multitud que los ciudadanos ejercían su
derecho a la ciudad, lo que ahora cataliza la televisión es por el contrario la
“experiencia doméstica” y domesticada: es “desde la casa” que la gente ejerce
ahora cotidianamente su conexión con la ciudad. Mientras que del pueblo que se tomaba la calle al público que iba al cine la transición
era transitiva y conservaba el carácter colectivo de la experiencia, de los
públicos de cine a las audiencias de
televisión el desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad
social que, sometida a la lógica de la desagregación, hace de la diferencia una
mera estrategia del rating: imposible
de ser representada en la política la fragmentación de la ciudadanía es tomada
a cargo por el mercado encontrando su correlato en el consumidor.
En los últimos años el
tejido de tradiciones e interacciones que daban consistencia a los partidos
políticos y a los sindicatos ha comenzado a disgregarse. La descentralización y
dispersión de los ámbitos de trabajo, las exigencias dominantes de la
urbanización, la reducción de la familia, la diversificación e hibridación de
las profesiones y la disgregación del tejido de tradiciones que daban
consistencia a esas organizaciones son procesos que concurren hacia una
reducción de la interacción social y de los lugares y las ocasiones de
interacción, haciendo que ellas (las organizaciones) pierdan sus lugares de
anclaje, de intercambio e interlocución con la sociedad. Y desconectados del
vivir social –por su incapacidad de dar forma a la pluralidad y heterogeneidad
de las demandas, y/o por la pérdida del subsuelo que los conectaba con la trama
de la sociedad– los partidos tenderán a convertirse en “maquinaria política”
incorporada al aparato de gobierno, mientras los sindicatos des-concertados
buscan a tientas su reubicación en la nueva y móvil geografía laboral que
configuran la mutación informacional y globalizada economía-red. El ámbito
determinante de ese cambio son las nuevas condiciones de un capitalismo de acumulación flexible (D. Harvey) hecho posible por las nuevas tecnologías
productivas y las nuevas formas organizacionales conducentes a una
descentralización que es desintegración
vertical de la organización del
trabajo –multiplicación de las sedes, subcontratación, multiplicación de los
lugares de ensamblaje– y a una creciente concentración económica.
3. Reconfiguraciones de la visibilidad
y el reconocimiento
y el reconocimiento
Fagocitado durante mucho
tiempo por lo estatal, sólo en los últimos años lo público empieza a ser percibido en las peculiaridades de su
autonomía, sustentada en su doble relación con los ámbitos de la ‘sociedad
civil’ y de la comunicación. Desde el pensamiento de H. Arendt y R. Sennet lo
público aparece como “lo común, el mundo propio a todos”, lo que implica que
ello sea al mismo tiempo “lo difundido, lo ‘publicitado’ entre la mayoría”. Que
es en lo que hace hincapié Sennet cuando refiere lo público a aquel espacio de la ciudad (desde el ágora griega) en el que la gente se
junta para intercambiar informaciones y opiniones, para deambular escuchando y
entretenerse controvirtiendo. Entre nosotros Germán Rey ha desarrollado esa
articulación fundante de lo público entre el interés común, el espacio
ciudadano y la interacción
comunicativa: circulación de intereses y discursos que lo que tienen de común no niega en modo alguno lo que
tienen de heterogéneos, ello es más bien lo que permite el reconocimiento de la
diversidad haciendo posible su contrastación. Es lo propio de la ciudadanía hoy el estar asociada al
“reconocimiento recíproco”, esto es, al derecho a informar y ser informado, a
hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones
que conciernen a la colectividad. Una de las formas más flagrantes de exclusión
ciudadana en la actualidad se sitúa justamente ahí, en la desposesión del derecho a ser visto y oído, que equivale
al de existir/contar socialmente, tanto en el terreno individual como el
colectivo, tanto en el de las mayorías como en el de las minorías. Derecho que
nada tiene que ver con el exhibicionismo vedetista de nuestros políticos en su
perverso afán por sustituir su perdida capacidad de representar lo común por la
cantidad de tiempo en pantalla.
La cada vez más estrecha
relación entre lo público y lo comunicable
–ya presente en el sentido inicial del concepto político de publicidad cuya historia, como
anotábamos antes, ha sido trazada por Habermas– pasa hoy decisivamente por la
ambigua y muy cuestionada mediación de
las imágenes. La centralidad ocupada por el discurso de las imágenes –de las
vallas a la televisión pasando por las mil formas de afiches, graffiti, etc.–
es casi siempre asociada, o reducida, a un mal inevitable, a una incurable
enfermedad de la política moderna, a un vicio proveniente de la decadente
democracia norteamericana, o a una concesión a la barbarie de estos tiempos que
tapan con imágenes su falta de ideas. Y no es que en el uso de la imágenes que
hace la sociedad actual y la política haya no poco de todo eso, pero de lo que
estamos necesitados es de ir más allá de la denuncia, hacia una comprensión de
lo que esa mediación de las imágenes produce socialmente, único modo de poder
intervenir sobre ese proceso. Y lo que en las imágenes se produce es, en primer
lugar, la salida a flote de la crisis que sufre, desde su interior mismo, el discurso de la representación. Pues si
es cierto que la creciente presencia de las imágenes en el debate, las campañas
y aun en la acción política espectaculariza el mundo del acontecer hasta
confundirlo con el de la farándula, los reinados de belleza o las iglesias
electrónicas, también es cierto que por las imágenes pasa una construcción visual de lo social en la
que esa visibilidad recoge el desplazamiento de la lucha por la representación a la demanda por el reconocimiento. Lo que los nuevos
movimientos sociales y las minorías –las etnias y las razas, las mujeres, los
jóvenes o los homosexuales– demandan no es tanto ser representados sino
reconocidos: hacerse visibles
socialmente, en su diferencia. Lo que da lugar a un modo nuevo de ejercer en
la política sus derechos. Y, en segundo lugar, en las imágenes se produce un
profundo des-centramiento de la
política tanto sobre el sentido de la militancia como del discurso partidista.
Del fundamentalismo sectario que acompañó desde el siglo pasado hasta bien
entrado el actual el ejercicio de la militancia en las derechas como en las
izquierdas las imágenes dan cuenta de lo que Norbert Lechner denomina el
“enfriamiento de la política”, esto es, la desactivación de la rigidez en las
pertenencias posibilitando fidelidades más móviles y colectividades más
abiertas. Y en lo que al discurso
respecta la nueva visibilidad social de la política cataliza el desplazamiento
del discurso doctrinario, de carácter abiertamente autoritario, a una
discursividad democrática si no de manera clara, hecha al menos de ciertos
tipos de interacciones e intercambios con otros actores sociales. De ello son
evidencia tanto las consultas de la opinión realizadas desde el campo de la
política como la proliferación creciente de observatorios y veedurías
ciudadanas. Resulta bien significativa esta, más que cercanía fonética,
articulación semántica entre la visibilidad
de lo social que posibilita la constitutiva presencia de las imágenes en la
vida pública y las veedurías como
forma actual de fiscalización e intervención de parte de la ciudadanía.
4. Metamorfosis de lo público
en la era de la información
en la era de la información
El vacío de utopías que
atraviesa el ámbito de la política se ve llenado en los últimos años por un
cúmulo de utopías provenientes del campo de la tecnología y la comunicación:
“aldea global”, “mundo virtual”, “ser digital”, etc. Y la más engañosa de
todas, la “democracia directa” atribuyendo al poder de las redes informáticas
la renovación de la política y superando de paso las “viejas” formas de la
representación por la “expresión viva de los ciudadanos”, ya sea votando por
Internet desde la casa o emitiendo telemáticamente su opinión. Estamos ante la
más tramposa de las idealizaciones ya que en su celebración de la inmediatez y
la transparencia de las redes cibernéticas lo que se está minando son los
fundamentos mismos de “lo público”, esto es, los procesos de deliberación y de
crítica, al mismo tiempo que se crea la ilusión de un proceso sin
interpretación ni jerarquía se fortalece la creencia en que el individuo puede
comunicarse prescindiendo de toda mediación, y se acrecienta la desconfianza
hacia cualquier figura de delegación y representación.
Hay, sin embargo, en no
pocas de las proclamas y búsquedas de una “democracia directa” vía Internet, un
trasfondo libertario que apunta a la desorientación en que vive la ciudadanía
como resultado de la ausencia de densidad simbólica y la incapacidad de
convocación que padece la política representativa. Trasfondo libertario que
señala también la frustración que produce especialmente entre las mujeres y los
jóvenes la incapacidad de representación de la diferencia en el discurso que
denuncia la desigualdad. Devaluando lo que la nación tiene de horizonte
cultural común –por su propia incapacidad de articular la heterogeneidad, la
pluralidad de diferencias de las que está hecha– los medios y las redes
electrónicas se están constituyendo en mediadores de la trama de imaginarios
que configura la identidad de las ciudades y las regiones, del espacio local y
barrial, vehiculizando así la multiculturalidad que hace estallar los
referentes tradicionales de la identidad.
Lo que las redes ponen en
circulación son a la vez flujos de información y movimientos de integración a
la globalidad tecnoeconómica, la producción de un nuevo tipo de espacio reticulado que debilita las fronteras de lo nacional y lo local al
mismo tiempo que convierte esos territorios
en puntos de acceso y transmisión, de activación y transformación del sentido
del comunicar. Pero no podemos pensar las redes únicamente en términos de
comunicación pues ellas tienen cada día un papel más notorio en la
racionalización del consumo ajustando los deseos, las expectativas y demandas
de los ciudadanos a los regulados disfrutes del consumidor.
Virtuales, las redes no son sólo técnicas, son también
sociales: ahí está el dato duro de que Internet sólo concierne hoy a un 1 % de
la población mundial y de que su requisito, el teléfono, nos avoca a esta
paradoja: ¡hay más líneas telefónicas en la isla de Manhattan que en toda
Africa! Por más que el crecimiento de los usuarios en América Latina sea rápido
los tipos de usos diferencian radicalmente el significado social del estar
enchufado a la red. Pues entre el peso de la información estratégica para la
toma de decisiones financieras y la levedad del paseante extasiado ante las
vitrinas de los bulevares virtuales hay un buen trecho. Que se hace mucho mayor
cuando el crecimiento de la riqueza interior a la red es conectado con la
acelerada pauperización social y psíquica que se vive en su exterior: en el
lugar desde el que la gente se enchufa a la red. Todo lo cual tiene poco que
ver con las tan repetidas y gastadas denuncias de la homogeneización de la vida
o la devaluación de la lectura de libros. Pues la virtualidad de las redes
escapa a la razón dualista con la que estamos habituados a pensar la técnica,
haciéndolas a la vez abiertas y cerradas, integradoras y desintegradoras,
totalizadoras y destotalizantes, nicho y pliegue en el que conviven y se
mezclan lógicas, velocidades y temporalidades tan diversas como las que
entrelazan las narrativas de lo oral con la intertextualidad de las escrituras
y las intermedialidades del hipertexto.
La
toma de distancia crítica, indispensable por el vértigo en que nos sumergen las
innovaciones tecnológicas, empieza por romper el espejismo producido por el
régimen de inmaterialidad que rige el mundo de las comunicaciones, de la
cultura o del dinero, esto es, la pérdida de espesor físico de los objetos
haciéndonos olvidar que nuestro mundo está a punto de naufragar bajo el peso y
el espesor de los desechos acumulados de toda naturaleza. Pero al mismo tiempo
cualquier cambio en esa situación pasa por asumir la presencia y la extensión
irreversible del entorno tecnológico que habitamos. De otra parte, no es cierto
que la penetración y expansión de la innovación tecnológica en el entorno
cotidiano implique la sumisión automática a las exigencias de la racionalidad
tecnológica, de sus ritmos y sus lenguajes. De hecho lo que está sucediendo es
que la propia presión tecnológica está suscitando la necesidad de encontrar y
desarrollar otras racionalidades, otros ritmos de vida y de relaciones tanto
con los objetos como con las personas, en las que la densidad física y el espesor
sensorial son el valor primordial. Y para los apocalípticos –que tanto abundan
hoy– ahí están los usos que de las redes hacen muchas minorías y comunidades
marginadas introduciendo ruido en
ellas, distorsiones en el discurso de lo global a través de las cuales emerge
la palabra de otros, de muchos otros. Y esa vuelta de tuerca evidencia en las
grandes ciudades el uso de las redes electrónicas para construir grupos que,
virtuales en su nacimiento, acaban territorializándose, pasando de la conexión
al encuentro, y del encuentro a la acción. Y por más tópico que resulte, ahí
está la palabra del comandante Marcos introduciendo (junto con el ruido de fondo que pone la sonoridad de la selva Lacandona) la gravedad
de la utopía en la levedad de tanto chismorreo como circula por Internet.
El uso alternativo de las
tecnologías informáticas en la construcción de la esfera pública pasa sin duda
por profundos cambios en los mapas mentales, en los lenguajes y los diseños de
políticas, exigidos todos ellos por las nuevas formas de complejidad que
revisten las reconfiguraciones e hibridaciones de lo público y lo privado.
Empezando por la propia complejidad que a ese respecto presenta Internet: un
contacto privado entre interlocutores que es a su vez mediado por el lugar
público que constituye la red; proceso que así mismo introduce una verdadera
explosión del discurso público al movilizar la más heterogénea cantidad de
comunidades, asociaciones, tribus que al mismo tiempo que liberan las
narrativas de lo político desde las múltiples lógicas de los mundos de vida
despotencian el centralismo burocrático que promueve la mayoría de las
instituciones, potenciando la creatividad social en el diseño de la
participación ciudadana.
Que nadie se confunda,
las tecnologías no son neutras pues más que nunca ellas constituyen hoy
enclaves de condensación e interacción de mediaciones sociales, conflictos
simbólicos e intereses económicos y políticos. Pero es por eso mismo que ellas
hacen parte de las nuevas condiciones de entrelazamiento de lo social y lo
político, de la formación y el ejercicio de nuevas formas de ciudadanía.
5. Tecnicidad e información:
un enclave estratégico de lo público
un enclave estratégico de lo público
El espacio público no es
sólo el espacio de la expresión política sino el del acceso a la información. Que, como ha señalado J. Keane, desborda
el espacio nacional constituyendo una esfera
pública internacional que moviliza nuevas formas de ciudadanía mundial, como lo muestran las organizaciones
internacionales de defensa de los derechos humanos y las ONG que desde cada
país median entre lo internacional y lo local. Estamos ante un ámbito que
constituye hoy uno de los derechos fundamentales del ciudadano, pues se ha
convertido en una condición clave en la construcción de identidades colectivas.
Por el acceso a la información pasa a la vez una de las posibilidades
estratégicas de democratización de nuestras sociedades y una de las formas de
exclusión social más decisivas ya que ese acceso se juega al mismo tiempo sobre
el orden económico –posibilidades económicas de conectarse a la red– y el
cultural: saberes, lenguajes, hábitos y destrezas mentales. Todo lo cual le
está exigiendo a las organizaciones, fundaciones y asociaciones ciudadanas un
compromiso específico y unas tareas ineludibles:
• Desarrollar
en la sociedad y en el Estado una toma de conciencia sobre el carácter
estratégico del Espacio Público de Información,
• Emprender
acciones para traducir el Espacio Público en un Archivo Virtual Mundial al que
puedan acceder y en el que quepan todos los pueblos,
• Proponer
regulaciones del Espacio Público de Información de modo que sean respetadas
tanto la vida privada como la confidencialidad de los datos requeridos para el
acceso, privacidad y confidencialidad que se hallan hoy amenazados como nunca
antes y tanto por el mercado como por el Estado,
• Difundir
que el “bien común” se halla representado sobre todo en la existencia del otro,
y en especial del más otro, el pobre,
• Pensar
las redes de comunicación e información como el tejido nervioso de la
solidaridad humana y el internacionalismo,
• Desarrollar
el intercambio de información pública no disponible ejercitando la crítica y
reinterpretación de la disponible,
• Conectar
a la red las experiencias de organización horizontal e informal de las comunidades
populares,
• Proporcionar
bases técnicas a los movimientos que buscan recrear la democracia expandiendo
el pluralismo y la multiculturalidad.
Bibliografía
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Augé, M., Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa,
Barcelona,1995.
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Barcelona, 1992.
Habermas, J., Historia y crítica de la opinión pública, G.Gili, Barcelona,1981.
Ianni, O., Teorías de la globalización, Siglo XXI, México,1996.
Keane,
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Maffesoli, M., El tiempo de las tribus, Icaria, Barcelona, 1990.
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Cerec / Fundación Social / Fescol, Bogotá, 1998.
Sennet, R., El declive del hombre público, Península, Barcelona, 1981; Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la
civilización ocidental, Alianza, Madrid,1997.
Virilio, P., Un paysage d’événements, Galilée, Paris, 1996.
* Español. Doctor en Filosofía con posdoctorado en Antropología y
Semiótica. Coordinador del Programa de estudios culturales de la Universidad
Nacional de Colombia. Asesor en comunicación y política de la Fundación Social.
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