¿LA PERSONALIDAD ES UN PROBLEMA CIENTIFICO O ARTÍSTICO?
Hay dos enfoques principales desde los cuales se puede abordar el estudio minucioso de la personalidad humana: el de la literatura y el de la psicología.
Ninguno de ellos es "mejor" que el otro; ambos tienen sus méritos propios y sus ardientes defensores, pero con demasiada frecuencia los partidarios de uno lanzan su desprecio sobre el otro. Nos proponemos en estas líneas conciliar ambos métodos, forjando con ello un marco científico humanista para el estudio de la personalidad.
Tres grandes revoluciones se produjeron en el siglo XX en las ideas del hombre sobre la mente humana. La primera, el psicoanálisis freudiano, con su descubrimiento de la profundidad y la emoción de la vida mental; segunda, el conductismo (o behaviorismo), con su descubrimiento de que es posible el estudio objetivo de la mente; tercera, la psicología de la configuración (o de la Gesialt) , con su descubrimiento del método fundamental y la autorregulación de la mente. No es difícil que estas nuevas maneras de pensar trastruequen nuestras formas de vida durante la presente centuria, como lo hicieron durante el siglo pasado las ciencias naturales y biológicas. Podemos muy bien anticipar que modificarán profundamente las normas éticas, las costumbres y la salud mental de nuestra generación y las generaciones venideras. Ira psicología, suele decirse, está destinada a ser la ciencia por antonomasia del siglo XX.
Uno de los hechos más importantes de la primera parte de este siglo ha sido el descubrimiento -al que contribuyeron las psicologías de Freud, del conductismo y de la Gestalt- de que la personalidad humana es un sujeto accesible para la exploración científica. Creo que este acontecimiento es el que mayores consecuencias podrá tener en la educación, la ética y la salud mental.
Antes de entrar en el problema de la personalidad, quiero referirme brevemente al estado un tanto tempestuoso de la ciencia psicológica actual. Tengo a veces la impresión de que los cuatro vientos del cielo intelectual se toparon en un centro de tormenta, en una competencia de dominio de resultados por el momento indecisos.
Según una división generalmente adoptada, hay cuatro vientos en el cielo intelectual, procedentes de las cuatro divisiones fundamentales del estudio y la investigación: las ciencias naturales, las ciencias biológicas, las ciencias sociales y las humanidades. Obsérvese que esos cuatro vientos intelectuales chocan e inician una carrera tempestuosa en el campo de la psicología, y sólo allí. Pienso que es natural que procedan de ese modo, porque la mente creadora puede ser convenientemente explorada únicamente con el auxilio de los inventos y los recursos de la mente.
Del campo de las ciencias naturales llegó el enorme impacto de la metodología científica. No creo que en la historia del pensamiento humano exista el caso de alguna otra ciencia que sea tan reñida como lo es la psicología por su hermana mayor, la física. Y creo que ninguna hermana menor debe tener un complejo de inferioridad tan agudo como el que tiene la psicología frente a su atildada y sociable hermana mayor. El deseo de repetir el buen éxito de la física indujo a la psicología a introducir en el tratamiento de la vida mental, en cantidades crecientes, instrumentos de precisión matemática. Pobre del psicólogo actual que no conozca los amplificadores y circuitos eléctricos. Las ciencias físicas dominan a la psicología principalmente en el estudio en toda la estructura de la ciencia psicológica.
Del campo de las ciencias biológicas llegaron tanto los métodos exigentes de investigación de alto nivel como los criterios de la evolución y la organización, sin los cuales la psicología seguiría conservando su carácter escolástico. Pero los vientos refrescantes de la biología no soplaron con amable moderación, sino con la fuerza de un ventarrón que en muchas zonas amenazó desalojar hasta los últimos vestigios de humanismo, dejando en la psicología una plaga de ratas. Es probable que en los laboratorios norteamericanos de psicología se usen ahora como sujetos más ratas que hombres, mujeres y niños juntos. Hay quien cree que lo que hace falta a la psicología es un buen flautista.
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La sacudida que produjeron las ciencias naturales y biológicas en la psicología explica el empeño de esta disciplina por alcanzar la cumbre de la respetabilidad científica. Los progresos metodológicos han sido realmente grandes; pero los resultados obtenidos mediante estos dos procedimientos no han resuelto de ningún modo, hasta ahora, el problema de la personalidad humana. Su valor reside principalmente en los adelantos que lograron en la psicología de las sensaciones y los reflejos, o, como dijo alguien con un dejo de burla, la psicología "oftalmo otorrino-laringológica".
En estos últimos años el tercer viento comenzó a soplar a su vez con fuerza de ventarrón. La ciencia social se está convirtiendo en huracán. Se niega a alternar amistosamente con las ciencias naturales y biológicas, y reclama poco menos que la exclusividad para el estudio de la zona mental. Los antropólogos y los sociólogos no dan cuartel. La mente, insisten en afirmar, se modela casi completamente por el influjo de las exigencias culturales. El lenguaje es anterior al individuo, lo mismo que la religión, las normas éticas y el régimen económico, dentro de los cuales el individuo nace. La mente no es materia para el estudio instrumental o biológico, sino para el estudio cultural. Numerosos psicólogos adoptaron, al menos parcialmente, este criterio, y recientemente provocaron una rebelión en sus filas, con el resultado de que cuatrocientos de ellos formaron una sociedad para investigar, de la manera más realista que se pueda, el destino de la mente, determinada y restringida por los gigantescos movimientos de la sociedad contemporánea.
El cuarto viento que sopla en nuestro centro tormentoso es más suave y menos voraz. Pero siempre se siente su presencia. Pese a las corrientes contrarias, quizá sea el viento que predomina. Es el viento del humanismo. Dígase lo que se diga, son la filosofía y la literatura, y no las ciencias naturales, biológicas o sociales, las que fomentaron la psicología a través de los siglos. Hace relativamente pocos años que la psicología se desprendió de la filosofía y el arte para transformarse en el centro tormentoso que es ahora.
Llegamos a la personalidad. El descubrimiento de la personalidad es uno de los acontecimientos de la psicología más destacados del siglo actual. La personalidad, dejando de lado todo lo demás que pueda ser, constituye la unidad fundamental y concreta de la vida mental que tiene formas categóricamente singulares e individuales. En el transcurso de los siglos los hombres no dejaron de describir y explorar este fenómeno de la personalidad individual. Fue motivo de interés para los filósofos artistas y los artistas filósofos.
Los psicólogos salieron tarde a la escena. Podría decirse que comenzaron con dos milenios de retraso. La obra de los psicólogos fue hecha por otros, que la hicieron espléndidamente. Con sus antecedentes escasos y recientes, los psicólogos parecen intrusos presuntuosos. Y eso es lo que opinan de ellos muchos eruditos. Stephan Zweig, por ejemplo, hablando de Proust, Amiel, Flaubert y otros grandes maestros de la descripción, dice: "Escritores como éstos son gigantes de la observación y la literatura, mientras que en la psicología el campo de la personalidad está en manos de hombres inferiores, meras moscas, que tienen el ancla segura de un marco científico para ubicar sus insignificantes trivialidades y sus pequeñas herejías".
Es verdad que junto a los gigantes de la literatura, los psicólogos, que se dedican a presentar y explicar la personalidad, parecen ineficaces y a veces un poco tontos. Sólo un pedante puede preferir la árida colección de hechos que ofrece la psicología acerca de la vida mental del individuo, a los gloriosos e inolvidables retratos de los novelistas, dramaturgos y biógrafos talentosos. El artista de las letras crea sus relatos; el psicólogo no hace más que recopilar los de él. En un caso emerge una unidad, consecuente consigo misma a pesar de sus sutiles variaciones. En el otro caso se va acumulando un pesado conjunto de datos deshilvanados.
Un crítico hizo una observación áspera. Cuando la psicología habla de la personalidad humana, expresó, no dice más que lo que siempre dijo la literatura, sólo que lo hace con menos arte.
Pronto veremos si esa opinión poco halagadora es acertada. Por el momento servirá para llamar la atención sobre el hecho significativo de que en cierto sentido la literatura y la psicología rivalizan; son los dos métodos por excelencia para tratar de la personalidad. Los métodos de la literatura son los del arte; los métodos de la psicología son los de la ciencia. Nuestro planteo es el siguiente: ¿qué procedimiento es el más indicado para el estudio de la personalidad?
La literatura tiene siglos de delantera, y fue manejada por genios de la más alta calidad. La psicología es joven y engendró hasta ahora muy pocos genios en la descripción y explicación de la personalidad humana. Siendo joven, le convendría a la psicología aprender algunas verdades básicas de la literatura.
Para señalar lo que puede aprender provechosamente, veamos un ejemplo concreto. Lo tomo de la antigüedad para mostrar con claridad la madurez y la sazón de la sabiduría literaria. Hace veintitrés siglos Teofrasto, discípulo y sucesor de Aristóteles en el Liceo de Atenas, escribió una serie de breves caracterizaciones de ciertos atenienses. Treinta de esos bosquejos han sobrevivido.
El que elegí se llama "El cobarde". Nótese su intemporalidad. El cobarde de hoy es esencialmente el mismo tipo de mortal que el cobarde de la antigüedad. Adviértase también la notable prescindencia de subterfugio y la concisión del retrato. No hay palabras innecesarias. Es como un soneto en prosa. No se le podría agregar ni quitar ni una sola frase para mejorarlo.
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